Justicia para los palestinos y seguridad para Israel

Una rosa en un poste en el funeral de un matrimonio en el kibutz Palmachim, en Israel, el 29 de octubre. La pareja murió en los atentados de Hamás del 7 de octubre. Dan Kitwood/Getty Images
Una rosa en un poste en el funeral de un matrimonio en el kibutz Palmachim, en Israel, el 29 de octubre. La pareja murió en los atentados de Hamás del 7 de octubre. Dan Kitwood/Getty Images

Israel y Hamás han librado cinco guerras en los últimos 15 años. ¿Cómo ponemos fin a la actual y evitamos que, tarde o temprano, se produzca una sexta? ¿Cómo conciliamos nuestro deseo de poner fin a los combates con la necesidad de abordar las causas del conflicto? Durante 75 años, diplomáticos, israelíes y palestinos bienintencionados y gobernantes de todo el mundo han hecho esfuerzos por llevar la paz a esta región. En ese tiempo, un presidente egipcio y un primer ministro israelí fueron asesinados por extremistas por sus intentos de acabar con la violencia.

Y así una y otra vez.

Para aquellos de nosotros que queremos no solo poner fin a esta guerra, sino evitar una futura, primero debemos tener claridad en los hechos. El 7 de octubre, Hamás, una organización terrorista, desencadenó un ataque brutal contra Israel, en el que murieron unos 1200 hombres, mujeres y niños inocentes, y más de 200 fueron tomados como rehenes. Si la población de Israel fuera la misma que la de Estados Unidos, ese atentado habría equivalido a casi 40.000 muertos, más de 10 veces las víctimas mortales que sufrimos el 11 de septiembre.

En respuesta, Israel, bajo el liderazgo de su primer ministro de derecha, Benjamín Netanyahu, quien enfrenta una acusación por corrupción y cuyo gabinete incluye a racistas indiscutibles, desató lo que equivale a una guerra total contra el pueblo palestino. En Gaza, más de 1,6 millones de palestinos se vieron obligados a abandonar sus hogares. Se cortó el suministro de alimentos, agua, medicinas y combustible. La Organización de las Naciones Unidas calcula que el 45 por ciento de las viviendas en Gaza están dañadas o destruidas. Según el Ministerio de Salud de Gaza, más de 12.000 palestinos, la mitad de ellos niños, han muerto y muchos más resultaron heridos. Y la situación se torna más grave cada día.

Estamos ante una catástrofe humanitaria que corre el riesgo de desencadenar una conflagración regional más grande. Todos queremos que termine lo antes posible. Sin embargo, para avanzar, debemos hacer frente a la complejidad de esta situación que demasiadas personas de ambos bandos quieren ignorar.

En primer lugar, Hamás dejó claro, antes y después del 7 de octubre, que su objetivo es una guerra perpetua y la destrucción del Estado de Israel. Recientemente, un vocero de Hamás declaró a The New York Times: “Espero que el estado de guerra con Israel se vuelva permanente en todas las fronteras, y que el mundo árabe se ponga de nuestro lado”.

En segundo lugar, Israel no ha hecho nada en los últimos años para dar esperanzas de un acuerdo pacífico: ha mantenido el bloqueo de Gaza, profundizado las humillaciones diarias de la ocupación en Cisjordania e ignorado en gran medida las terribles condiciones de vida a las que se enfrentan los palestinos.

Sobra decir que no tengo todas las respuestas para esta tragedia interminable. Pero para quienes creemos en la paz y en la justicia, resulta imperativo que hagamos todo lo posible para darles a los israelíes y a los palestinos una respuesta sensata que trace un camino realista para abordar la situación a la que nos enfrentamos hoy. He aquí mis ideas sobre el mejor camino a seguir y sobre cómo Estados Unidos puede reunir al mundo en torno a una posición moral que nos conduzca hacia la paz en la región y la justicia para la población palestina oprimida.

Para empezar, debemos exigir un cese extendido de los bombardeos indiscriminados de Israel, en los que mueren un gran número de civiles y que además violan el derecho internacional. Israel está en guerra con Hamás, no contra hombres, mujeres y niños palestinos inocentes. Israel no puede bombardear un barrio entero para eliminar un objetivo de Hamás. No sabemos si esta campaña ha sido eficaz para socavar las capacidades militares de Hamás. Pero sí sabemos que el 70 por ciento de las víctimas han sido mujeres y niños, y que 104 trabajadores humanitarios de la ONU y 53 periodistas han muerto, según indican los informes. Eso es inaceptable.

También debe producirse una tregua humanitaria significativa y sostenida para que la ayuda que tanto se necesita (alimentos, agua, medicinas y combustible) pueda llegar a Gaza y salvar vidas. El acuerdo por el que se liberaron rehenes israelíes a cambio de un cese de unos días en los combates fue un primer paso prometedor que podremos usar como base y, con suerte, trabajar para que se extienda más. Mientras tanto, debe dársele tiempo a las Naciones Unidas para establecer con seguridad la red de distribución necesaria para evitar la sed, el hambre y las enfermedades, y para construir refugios y evacuar a quienes necesiten cuidados críticos. Esta tregua también ha permitido entablar conversaciones para liberar al rehenes. Esta pausa prolongada no debe preceder a la reanudación de bombardeos indiscriminados. Israel seguirá persiguiendo a Hamás, pero debe cambiar radicalmente sus tácticas para minimizar los daños a la población civil.

Para que los palestinos, que llevan tanto tiempo sufriendo, puedan tener alguna posibilidad de autodeterminación y una calidad de vida decente, no debe haber una reocupación ni un bloqueo de Gaza por parte de Israel a largo plazo. Si se pretende expulsar a Hamás del poder, como debe ser, y dar a los palestinos la oportunidad de una vida mejor, una ocupación israelí de Gaza sería contraproducente y beneficiaría a Hamás. Por el bien de la paz regional y de un futuro mejor para el pueblo palestino, Gaza debe tener la oportunidad de liberarse de Hamás. No puede haber una ocupación israelí a largo plazo.

Para lograr la transformación política que Gaza necesita, será necesario un nuevo liderazgo palestino como parte de un proceso político más extenso. Y para que esa transformación y ese proceso de paz tengan lugar, Israel debe asumir algunos compromisos políticos que permitan a un liderazgo palestino comprometido con la paz conseguir apoyo. Deben garantizar a los palestinos desplazados el derecho absoluto a regresar a sus hogares mientras Gaza se reconstruye. Las personas que han vivido en la pobreza y la desesperación durante años no pueden quedarse sin hogar para siempre. Israel también debe comprometerse a poner fin a las muertes de palestinos en Cisjordania y detener los asentamientos allí como un primer paso hacia el fin permanente de la ocupación. Esas acciones demostrarán que la paz puede beneficiar al pueblo palestino y es de esperar que den a la Autoridad Palestina la legitimidad que necesita para asumir el control administrativo de Gaza, quizá tras un periodo provisional de estabilización bajo una fuerza internacional.

Por último, para que los palestinos tengan alguna esperanza de un futuro digno, debe haber un compromiso con amplias conversaciones de paz para avanzar en una solución de dos Estados tras esta guerra. Estados Unidos, la comunidad internacional y los vecinos de Israel deben avanzar con determinación para alcanzar ese objetivo. Esto incluiría un aumento considerable del apoyo internacional al pueblo palestino, incluido el de los países ricos del Golfo. También significaría la promesa del pleno reconocimiento de Palestina a la espera de la formación de un nuevo gobierno elegido por la vía democrática y comprometido con la paz con Israel.

Seamos claros: esto no va a suceder por sí solo. El partido Likud de Netanyahu se creó de manera explícita con la promesa de que “entre el mar y el río Jordán solo habrá soberanía israelí” y el actual acuerdo de coalición refuerza ese objetivo. No se trata solo de ideología. El gobierno israelí ha buscado alcanzar ese objetivo de manera sistemática. El año pasado se registró un crecimiento sin precedentes de los asentamientos israelíes en Cisjordania, donde más de 700.000 israelíes viven ahora en zonas que, según las Naciones Unidas y Estados Unidos, son territorios ocupados. Han utilizado la violencia de Estado para respaldar esta anexión de facto. La ONU ha informado que, desde el 7 de octubre, al menos 208 palestinos, entre ellos 53 niños, han muerto a manos de las fuerzas de seguridad y los residentes israelíes. No podemos permitir que esto continúe.

Netanyahu ha dejado clara su postura sobre estas cuestiones críticas. Nosotros también deberíamos hacerlo. Si pedir por las buenas funcionara, no estaríamos en esta situación. La única forma de que se produzcan estos cambios necesarios es que Estados Unidos utilice la importante influencia que tenemos sobre Israel. Y todos sabemos en qué consiste esa influencia.

Durante muchos años, Estados Unidos ha proporcionado a Israel sumas considerables de dinero, casi sin condiciones. En estos momentos, proporcionamos 3800 millones de dólares al año. El presidente Biden solicitó 14.300 millones de dólares más y le pidió al Congreso que renuncie a las normas habituales de supervisión, ya de por sí limitadas. El concepto del cheque en blanco debe desaparecer. Estados Unidos debe dejar claro que, aunque somos amigos de Israel, esa amistad está sujeta a condiciones y que no podemos ser cómplices de acciones que violan el derecho internacional, así como nuestro propio sentido de la decencia. Esto incluye el fin de los bombardeos indiscriminados; un cese lo suficientemente largo de los bombardeos para que pueda llegar a la región una ayuda humanitaria masiva; el derecho de los gazatíes desplazados a regresar a sus hogares; la no ocupación israelí de Gaza a largo plazo; el fin de la violencia de los colonos en Cisjordania, que se detenga la expansión de los asentamientos, y un compromiso con amplias conversaciones de paz para una solución de dos Estados tras la guerra.

A lo largo de los años, las personas de buena voluntad de todo el mundo, incluidos los israelíes, han tratado de abordar este conflicto de tal manera que se haga justicia para los palestinos y se ofrezca seguridad a Israel. Obviamente, no hemos hecho lo suficiente. Ahora debemos volver a comprometernos con esta labor. Lo que está en juego es demasiado importante como para rendirse.

Bernie Sanders es senador por Vermont y presidente de la Comisión del Senado en materia de Salud, Educación, Trabajo y Pensiones, y el miembro independiente del Congreso que más tiempo lleva en el cargo en la historia. Fue candidato a la candidatura presidencial demócrata en 2016 y 2020.

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